La depresión y la obesidad son enfermedades prevalentes a nivel mundial que suponen una carga sustancial para el bienestar personal y la salud pública. Según los criterios de la Organización Mundial de la Salud, el sobrepeso y la obesidad se definen como un índice de masa corporal (IMC) ≥25 kg/m2 y ≥30 kg/m2, respectivamente. La depresión tiene una prevalencia del 20 % a lo largo de la vida, y los síntomas pueden variar ampliamente, con repercusiones psicológicas, físicas y sociales en la vida cotidiana. Dada la prevalencia global de la obesidad y la depresión, no es de extrañar que ambas puedan coincidir, pero la relación parece ser más compleja. Hay una cantidad creciente de publicaciones que describe la relación bidireccional entre ambas, en la que la presencia de obesidad puede aumentar el riesgo de desarrollar depresión, y viceversa.

Varios factores conductuales y psicológicos intervienen en la interacción entre la depresión y la obesidad. Las personas que conviven con la obesidad y que se enfrentan regularmente a la vergüenza y la estigmatización por su peso pueden experimentar un prejuicio interiorizado sobre el peso, que afecta negativamente al estado mental del individuo y podría acabar provocando una depresión. También se han identificado factores de riesgo compartidos para la obesidad y la depresión, entre los que se incluyen los malos hábitos alimenticios, el sedentarismo, alteraciones en los hábitos de sueño y el consumo de drogas.

 

  

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